lunes, 22 de diciembre de 2008

Dame la mano

Sin inspiración me pongo a escribir, mecánicamente, sobre algo que no sé ni cómo empezar. Pero aún y así, me veo con ganas para ir relatando mis pensamientos y es que… ¡hoy tienen un gran peso y un gran mensaje que transmitir! Para hacerlo, intentaré explicaros un pequeño cuento......


Caminaba torpemente por las Ramblas de Barcelona. Levantaba la vista, cansada y ya casi nublada y, de vez en cuando, buscando ansiosamente alguien que pudiera ayudarla. No hallaba a nadie que estuviera dispuesto a desviarse de su camino.- ¿Me puede dar la mano? No pido nada más- sólo ansiaba un gesto de cariño. Todos iban muy atareados, muchos regalos que comprar, muchas comidas a las que asistir…

Caminaba también con sus amigos un joven por la concurrida calle hablando de todos los logros que había conseguido – Sí, las notas me van genial, mis padres están orgullosos de mí, tengo amigos de los que enorgullecerme… pero me falta algo- mientras hablaba tropezó con la anciana mujer, pero él tampoco paró. Pareció no reparar en ella, no verla, pero no era así. Se había quedado con su rostro en la mente. Aún y así, continuó haciendo camino, haciendo bromas y codeándose con sus amigos.

Continuó caminando pero cuanto más se distanciaba de aquella ancianita más dolido y enfadado estaba consigo mismo. ¿Qué hacía? Algo en su interior despertaba, una chispa de compasión, una chispa de amor hacia aquella mujer. Instintivamente se giró, dejó a sus amigos y echó a correr hacia atrás, deshaciendo el camino que instantes antes había hecho.

Hacía mucho tiempo que había estado buscando ayuda pero el intento había sido en vano… ya cansada y destrozada, tras un golpe más de hombros por un caminante, cayó. Sus rodillas crujieron al tocar el suelo. Ella mostraba amargo dolor en el rostro, pero no era causado por las heridas, venía de su interior. Lamentándose, empezó a sollozar por su desdicha, por su soledad, por su desgraciada vida…todo se volvió negro, ya nadie andaba delante suyo. Silencio.

Una mano apareció de la nada. -¿Señor, eres tú?- empezó a oír una risa. Al alzar la vista encontró al chico que un rato antes la había golpeado. – No, soy yo que he venido en su nombre a salvarte ¿la ayudo?- sentenció el joven con una gran sonrisa en la cara.

Entonces, ella se sintió acompañada, y él lleno y más que satisfecho consigo mismo. Porque si no ponemos nuestros dones al servicio de los demás ¿de qué nos sirve guardárnoslos para nosotros mismos? Mejor compartirlos para así también dar y compartir alegrías.

¿Y que mejor momento que ahora, en Navidad?

4 comentarios:

Leticia dijo...

..aún me queda mucho por aprender!! ^^

мαятα dijo...

La historia es genial, Leti, pero mejor es la moraleja:¡Poner nuestros dones,ponernos a nosotros mismos, al servicio de los demás! Esa es la verdadera esencia de la Navidad.
Ojalá que cada día de nuestras vidas se convierta en un pequeño rincón lleno de espíritu navideño.
Gracias por compartir tu historia. =)

Unknown dijo...

Hola!!!!
Me encanta la historia...y la verdad es que en estas fechas, especialmente, debemos ser instrumentos de Dios para llegar a todas esas personas que están tristes, solas, desesperanzadas....En este tiempo más que nunca tenemos que darlo todo para que Jesús pueda encontrar un hogar caliente en cada corazón...

Leticia dijo...

hombre! volvió a escribir! jaja, siempre con sus comentarios sabios... Ana cuántas leccioncillas buenas nos das! je, je Nos vemos mañana!! marta, tú també eh!? =P